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Laponia
Un parad'ice bajo las Auroras Boreales
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Hace 3 años, fui a dar por casualidad con un valle que no aparece entre los destinos habituales de los escaladores de hielo. De hecho, casi no hay información del lugar y eso es algo que de seguida me atrae. Esa especie de retorno a los orígenes del alpinismo. Contactar con los escaladores locales y con los habitantes del lugar, indagar sobre las cascadas, buscar la mejor base para instalarnos mientras las escalamos… Imaginar una escalada, es alargar el disfrute de la misma.
Un bonito valle, de cómodo acceso, con fantásticas cascadas de hielo orientadas a sol, en el que no aparece prácticamente ningún escalador en todo el largo invierno, es algo difícil de encontrar en los tiempos de masificación que corren por las zonas de escalada en hielo con estas características. Y por si fuera poco, bajo las mágicas luces de las auroras boreales. Está claro que he encontrado mi Parad’Ice. Por eso regreso al valle cada invierno… y ya van 4.
El viaje comienza con el vuelo a Estocolmo. Un paseo por el centro y cerveza con algunos de los alpinistas suecos con quienes he ido estableciendo una buena amistad a lo largo de estos años y el viaje continúa en el tren-cama nocturno que lleva desde Estocolmo hasta Laponia. Un largo viaje de más de 1.000 kilómetros, buena parte del cual se hace durmiendo cómodamente en las literas del tren.
Llegada a Laponia y tras saludar a mi amigo Mattias, subimos a las furgonetas que me guarda cada invierno y después de conducir un par de horas, se llega al último pueblo antes de entrar en el solitario valle. Compras de comida en el supermercado y nos adentramos en un valle de 150 kilómetros de largo en el que encontramos lo que más nos gusta: cascadas de hielo.
A lo largo de esos 150 kilómetros, no hay ningún pueblo ni nada que se le parezca. Solo algunas casas de madera por las que aparecen algunos habitantes de Laponia algún que otro fin de semana de invierno, para hacer la actividad que más les gusta: la pesca en los lagos helados. Después de taladrar la gruesa capa de hielo que cubre los lagos, pueden llegar a pasar horas y horas, sentados con su caña de pescar a través del hielo esperando que alguno de los grandes pescados de sus aguas, se decida a picar el anzuelo. Algunos llevan sofisticados remolques con patines de esquí, que arrastran con sus modernas motos de nieve, un vehículo que tienen prácticamente todos los habitantes de Laponia.
Como en invierno no suele haber turismo en la zona, los pocos alojamientos (básicamente albergues-refugios), suelen estar cerrados hasta la primavera por falta de clientela. A lo largo de los años, he ido estableciendo los contactos necesarios para conseguir, entre otras cosas, que abran un albergue expresamente para nosotros durante la semana que pasamos allí en los últimos inviernos.
Las cascadas de hielo en este valle están orientadas al sur, por lo que disfrutamos de las escaladas ¡al sol! Pero no hay que preocuparse, las bajas temperaturas y los imponentes grosores del hielo en estas latitudes permiten realizar las escaladas de forma segura. Imponentes saltos de agua helada de hasta 300 metros con un cómodo acceso, ¿qué más se puede pedir?
Y por si fuera poco, el Laponia es uno de los mejores lugares para ver las Auroras Boreales, un extraordinario fenómeno en forma de danzantes luces de colores que se pueden ver en el cielo desde finales de septiembre hasta abril. En todos mis viajes a nuestro valle, las Auroras Boreales nunca han faltado a la cita. Algo que nunca me cansare de admirar.
Las Auroras Boreales las producen las partículas de polvo solar al entrar en contacto con las capas altas de la atmósfera de la Tierra. Esas partículas son lanzadas por el sol al producirse las habituales tormentas solares. En función de la potencia de esas explosiones solares, la intensidad de la Aurora Boreal es más o menos espectacular. Sea como sea, son un fenómeno impresionante. Unas de esas maravillas que nos ofrece nuestro planeta, que no deberíamos perdernos.
Pero Laponia es también la tierra de los SAMI, los pastores de renos pobladores ancestrales que durante siglos han habitado las zonas árticas del norte de Europa. Su territorio abarca el norte de Noruega, Suecia, Finlandia y parte de Rusia. Excepto en la parte rusa, en el resto se han ido diluyendo en las modernas sociedades nórdicas y aunque se mantienen muy vinculados en torno a los renos, muchos se han ido orientando hacia el turismo con alojamientos, artesanías elaboradas con cuernos de reno y gastronomía elaborada con su carne. Los que todavía se dedican al pastoreo de renos, lo hacen moviendo los rebaños con modernas motos de nieve e incluso con helicópteros si los rebaños son muy grandes.
En unos tiempos de masificación en gran parte de los espacios naturales de Europa, las escapadas a nuestro solitario Parad’Ice, es un lujo del que disfrutamos con la llegada del invierno.
RAFA VADILLO